Mar, una joven catalana de 21 años, ha vivido un verdadero infierno burocrático y legal desde que le robaron el bolso en 2023. Aquel hurto, ocurrido en el contexto festivo de un cumpleaños, no solo le arrebató un objeto personal, sino que desencadenó una cadena de acontecimientos dignos de una novela de Kafka: alguien suplantó su identidad, contrajo matrimonio en su nombre, se empadronó en una vivienda ajena y acumuló deudas que ascienden a los 7.200 euros.
Lo más alarmante de este caso no es el robo en sí, sino la total inoperancia del Estado español para prevenir y responder ante una situación tan grave. ¿Cómo es posible que una persona pueda crear una vida paralela con solo un DNI robado? ¿Para qué sirven las denuncias por sustracción de documentos si las instituciones no toman medidas inmediatas y efectivas?
Una denuncia ignorada: el primer eslabón roto
Mar hizo lo que cualquier ciudadano responsable haría: acudió a los Mossos d’Esquadra y denunció la pérdida de su DNI. Pero esa denuncia, como tantas otras, pareció caer en saco roto. En lugar de servir para bloquear su documento o alertar a las instituciones públicas, no evitó que alguien pudiera seguir utilizándolo para cometer fraude tras fraude.
El sistema estatal que debería proteger a las víctimas no tiene protocolos sólidos para evitar que un documento denunciado como robado siga siendo válido para trámites legales. ¿No deberían las bases de datos de la Seguridad Social, Hacienda, Registros Civiles y Ayuntamientos tener mecanismos automáticos de alerta?
Empadronamiento y matrimonio: ¿sin verificación?
¿Cómo se explica que alguien haya podido empadronarse en otra vivienda y, aún peor, casarse legalmente usando un DNI robado sin que ninguna autoridad verifique la identidad real de la persona? ¿No hay una comprobación biométrica, un cruce con bases de datos policiales, alguna salvaguarda? Lo más grave no es solo que ocurra, sino que ni un solo funcionario haya detectado la anomalía.
Esta dejadez pone en tela de juicio el valor de los trámites públicos en España: ¿son tan laxos que cualquiera con un documento ajeno puede vivir legalmente otra vida?
Deuda y calamidad: la factura de la incompetencia
El resultado de esta cadena de errores no lo paga el delincuente, sino la víctima. Mar ha acumulado más de 7.000 euros en deudas que no le corresponden. Ella es quien tiene que batallar con administraciones opacas, acudir a abogados, probar su inocencia ante instituciones que deberían estar de su lado desde el primer momento. Y todo por culpa de un sistema que falla estrepitosamente en lo más básico: proteger al ciudadano honesto.
¿Qué hacen las autoridades? ¿Y qué no hacen?
Este caso abre una serie de interrogantes inquietantes:
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¿Para qué sirven las denuncias por pérdida o robo de documentos si no generan bloqueos automáticos en los sistemas oficiales?
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¿Qué protocolos existen para verificar la identidad real de una persona antes de permitir un empadronamiento, una boda o la firma de contratos?
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¿Qué protección jurídica se ofrece a las víctimas de suplantación?
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¿Qué responsabilidades asumen los funcionarios que fallan en estos procesos?
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¿Quién compensa a los ciudadanos por el daño causado por la desidia del Estado?
La doble victimización
Mar no solo fue víctima de un ladrón, sino también de un Estado negligente que la expone, la ignora y la obliga a demostrar su inocencia. Este caso no es aislado; refleja una crisis institucional donde la burocracia es lenta, ineficiente y deshumanizante. El ciudadano se convierte en sospechoso por defecto y queda atrapado en un sistema que, en teoría, debería protegerlo.
La suplantación de identidad no es un simple delito administrativo: es una forma de violencia institucional cuando el Estado permite que ocurra y no ofrece defensa real a quienes la sufren. Si las autoridades no reforman los protocolos, integran tecnologías más seguras y priorizan la atención a las víctimas, estaremos ante un sistema que no solo es ineficaz, sino también cómplice por omisión.
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